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Teofilo Inquebrantable

  • Martes de la semana 11 del Tiempo Ordinario, 20 de junio de 2023

    junio 20th, 2023

    Mateo 5:43-48

    En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo; yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.

    Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”.

    =====================


    La perícopa (pasaje del Evangelio) de hoy está traducida a partir del texto griego no original. Este texto contiene vocablos que permiten lecturas con distintos matices que completan o precisan el pensamiento que indujo a Jesús a hablar de aquel modo, así como el mensaje que los discípulos intentan metabolizar.


    El dicho “ama a tu prójimo y odia a tu enemigo” no se encuentra como tal al pie de la letra en la Escritura del Antiguo Testamento. Amar al prójimo es, verdaderamente, un mandamiento de YHWH (Lv 19,18), fue ratificado también por Jesús como “grande” por ser semejante al de amar a Dios (Mt 22,37-40). “Amar” es la traducción del verbo griego agápê, que significa también tratar con afecto, acoger con afabilidad, gozar con el otro; en el vocabulario neotestamentario (Antiguo Testamento) recuerda al sustantivo agápê, que es uno de los nombres de Dios (1 In 4,8). El “prójimo” es aquel que está cerca, que está al lado y al mismo tiempo. Odiar al enemigo, en cambio, no se encuentra en ningún repertorio de  pasajes paralelos ni de concordancias. El Antiguo Testamento y la cultura de Israel no se mostraban pródigos, es cierto, en frases tiernas con los enemigos, pero tampoco instigaban al odio permanente con expresiones procedentes del durísimo verbo “odiar”: los comportamientos oscilaban entre la tolerancia y la solidaridad con el “extranjero”, del que, no obstante, era preciso defenderse de vez en cuando, desencadenando incluso guerras, hostilidades, devastaciones que llegaban hasta el “exterminio” (Jos 6: suerte emblemática corrida por Jericó).


    El sustantivo griego que traducimos por “enemigo” significa también “odiado”, “aquel que odia”; por consiguiente, una interpretación menos drástica y más acorde con la mentalidad bíblica veterotestamentaria global podría ser: “odia a quien te odia”, una variante en el mundo afectivo y motivacional de la ley del talión. En consecuencia, odiar podría significar “no te preocupes de amar” a los extranjeros, a los gôjîm; no te involucres con ellos; dales largas.


    El proyecto de Jesús -que lleva a cabo un forzamiento lexical en su aforismo y lo justifica pedagógicamente– pretende invalidar y superar la mentalidad de hostilidad y desinterés, así como los matices conectados con ella. Su proyecto se fundamenta en un solo verbo: “amad” (agapâte: imperativo-exhortativo). El sustantivo “enemigo” sigue formando parte de su vocabulario: sin embargo, el discípulo no ha de ser enemigo de nadie (ha de amar a su enemigo); desde su punto de vista, nadie ha de ser enemigo, aunque el “otro” quiera seguir siendo enemigo y seguir odiando.

    Jesús nos llama a amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen. Es fácil amar a los que nos aman – recaudadores de impuestos y paganos pueden hacer eso. Pero nosotros cristianos estamos llamados a amar a todos, como nuestro Padre celestial, incluso a aquellos que consideramos enemigos. Yo prefiero amar a quienes me aman y no me es fácil amar a quienes no me aman e ir más allá de mi zona de comodidad, no solo amar a los que están fuera de nuestro círculo, sino también amar a quienes nos han lastimado.

    Por eso pidámosle ayuda a Jesús para amar como Él nos ama. Podemos orar y decir: “Jesús ayúdame amar como tú me amas, amarte con todo mi corazón y todas mis fuerzas, con todo mi ser y todo mi existir. Enséname y dame la fuerza para amar a los demás, especialmente a los que no me aman. Porque a veces el enemigo me hace creer que estás pidiendo lo imposible, que no puedo hacer lo que me pides, que no es justo. Pero si tú me lo pides es porque con tu ayuda puedo lograrlo, puedo amar como tú me lo pides y crecer en santidad.

    ¡Ayúdame a amar como tú!


    ¿Por qué Jesús nos pide que amemos incluso a nuestros enemigos? El odio y el resentimiento no tienen lugar en el Reino de Dios, y son un veneno para nuestras almas. Por otro lado, el perdón y el amor conducen a la sanación, la libertad, la paz en el alma y la armonía entre los hijos de Dios. Si usted es un padre de familia, sabe cuánto disfruta viendo a sus hijos amarse unos a otros. También sabe cuánto le duele ver la división entre sus hijos. Imagina cuánto Dios, quien es amor, se deleita en Sus hijos cuando se aman y se perdonan unos a otros.

    ¿Cómo puede ser posible este tipo de amor? Sólo uniéndonos en oración a la pasión, muerte y resurrección de Jesús – el misterio Pascual. Jesús nos dio el ejemplo perfecto en Su camino a la cruz. Sus enemigos Lo juzgaron, Lo escupieron, Lo maldijeron, Lo golpearon, Lo maltrataron, se burlaron de Él y Lo insultaron en todas las formas posibles. Él, más que nadie, estaría justificado en buscar venganza; sin embargo, no lo hizo. Él rezó: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23:34)

    Piensa en cuánto necesitamos el perdón del Señor en nuestras vidas. De la misma manera que queremos ser perdonados, Dios nos está pidiendo que perdonemos a los demás. “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.”

    Que podamos ser uno con Cristo en esta postura del perdón y la misericordia, sabiendo que nueva vida y alegría vienen después de la crucifixión. Aquellos que perseveran con Cristo encontraran la vida eterna con Él. Un escritor espiritual dijo una vez, “Nuestra salvación vendrá en la medida en que amamos a nuestro peor enemigo.”

    Al final de este pasaje, Jesús nos llama a ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. Esto no significa que nunca cometeremos un error o pecado. Somos humanos y Dios lo sabe. Sin embargo, Jesús nos llama a ser la mejor versión de nosotros mismos. Jesús quiere que seamos el santo que fuimos creados para ser.

    ¿Cómo me está desafiando hoy el Señor?

    ¿Tengo un enemigo que necesito perdonar?

    Hay un enojo que es justificado contra la injusticia, como Jesús volteando las mesas en el templo. Hay momentos en que la injusticia ocurre cuando la ira es la respuesta adecuada. No estamos llamados a olvidar necesariamente lo que sucedió en estos casos; sin embargo, el Señor nos llama a perdonar como Él lo hizo, porque esto nos conduce a la paz y la libertad. Que todos los hijos de Dios, que son todos en el mundo, vivan en paz a través del poder del amor y el perdón.

    ¡Que tengas un bendecido día!

    Tu Amigo y servidor,

     Teofilo Inquebrantable.

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  • 19 de junio de 2023 – Lunes de la 11ª Semana del Tiempo Ordinario

    junio 19th, 2023

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  • 19 de junio de 2023 – Lunes de la 11ª Semana del Tiempo Ordinario

    junio 18th, 2023

    San Mateo 5:38-42


    Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.
    Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra.
    Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él.
    Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.

    ===================


    En la primera lectura: (2 Corintios 6,1-10), San Pablo nos exhorta a que no recibamos en vano la gracia de Dios porque Dios mismo ha puesto un tiempo favorable de salvación para cada uno de nosotros. No es fácil seguir al Señor y estar en sus caminos (en el ministerio). A veces tienes que “aguantar mucho, sufriendo, pasando estrecheces y angustias; soportando golpes, prisiones, tumultos, duros trabajos, noches sin dormir y días sin comer”. ¿Alguna vez has sentido que ya no puedes? ¿Has sentido que entre más te acercas a Dios más difícil es tu vida?

    Todo eso sucede porque el enemigo no quiere que tú des frutos en el Señor, que crezcas en el conocimiento de las cosas de Dios. Necesitamos tener paciencia, bondad, y estar penetrados del Espíritu Santo, con un amor sincero,  apoyados en la Palabra de Dios. Porque abra quien nos ensalce y quien nos persiga, unos nos calumnian y otros nos alaban. En realidad no nos conocen bien, solamente Dios sabe por lo que pasan los amigos inquebrantables de Dios, llamados Teófilos (amantes o amigos de Dios). “Nos tienen por tristes, pero estamos siempre alegres; nos consideran pobres, pero enriquecemos a muchos; piensan que no tenemos nada, pero lo poseemos todo”.

    El Teófilo o la Teófila  (Amigo/a de Dios) tienen que ser inquebrantables en su fe por sus obras. En el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús cita la “La ley del talión” para ejemplificar como se hacía justicia en el Antiguo Testamento. La ley del talión o la antigua ‘venganza’ era -por así decirlo- tolerada por YHWV en espera de la superación mesiánica. Jesucristo no abolió ni una coma de la Ley y los profetas (Mt 5,17); por consiguiente, tampoco la “ley del talión”. En torno a ella no disertó ni a favor ni en contra; se limitó simple y drásticamente a inutilizarla superando todas las soluciones “vindicativas” y llevando a cumplimiento las finalidades de aquella antigua y provisional Palabra de YHWH, proponiendo la evolución de un camino radical y óptimo a lo largo del recorrido personalizado de las bienaventuranzas evangélicas, Palabra de Dios en los labios de Jesús. Compasión y misericordia, generosidad, magnanimidad de ánimo, renuncia a las reivindicaciones, serenidad a la hora de saber perder…son la respuesta de los discípulos de Jesús a las incómodas contingencias individuales, y son también soluciones para cualquier conflicto.


    Jesús nos ha dicho: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Estas palabras suyas no deberían ser sólo una luz para nosotros, sino una verdadera llama que consuma el egoísmo que nos impide crecer en santidad. Jesús nos amó hasta el hasta el extremo del amor, hasta la cruz. Este amor debe proceder del interior, de nuestra unión con Cristo. Debe ser la sobreabundancia de nuestro amor por Dios. Amar debe ser para nosotros algo tan natural como vivir y respirar, día tras día, hasta la muerte. Dijo Teresa del Niño Jesús: “Cuando actúo y pienso con caridad, siento que es Jesús quien actúa en mí”. Nuestras obras de caridad no son otra cosa que el derramamiento al exterior del amor de Dios que hay dentro de nosotros. Por eso, quien más unido está a Dios, más ama a Su prójimo (Madre Teresa de Calcuta).

    ¿De qué manera voy a poner en práctica el amor de Dios a los demás?

    ¿Cómo voy a experimentar el asombroso amor que Dios tiene por mí?

    ¡Que tengas un bendecido día!

    Tu Amigo y servidor,

     Teofilo Inquebrantable.

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  • 18 de junio de 2023 – 11a Domingo del Tiempo Ordinario

    junio 18th, 2023

    Mateo 9, 36—10, 8

    En aquel tiempo, al ver Jesús a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.

    Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias.

    Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero de todos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor.

    A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No vayan a tierra de paganos ni entren en ciudades de samaritanos. Vayan más bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente”.

    =======================================

    ¡Feliz Día del Padre a todos los papás!

    Estamos celebrando el Domingo XI del Tiempo Ordinario, no significa que sea “ordinario” o “sin gracia”. Aquí, el adjetivo “ordinario” significa contar o numerar. Continuamos contando las semanas entre Pascua y Adviento. Hay 34 semanas de Tiempo Ordinario que se cuentan de entre Navidad y Cuaresma, después se continúa de entre Pascua y Adviento, que comienza este año el 3 de diciembre de 2023.

    Tiempo “ordinario” en el sentido espiritual significa que vivir una vida de gracia fructífera en donde profundizamos en los misterios de nuestra fe para que crezcan en nuestros corazones. Es tiempo para profundizar nuestra amistad con el Señor y hacer que nuestra vida ordinaria sea extraordinaria con su gracia.

    En la primera lectura (Éxodo 19,2-6ª), está en el marco del acontecimiento fundador de Israel: la alianza sinaítica. El solemne ritual del don de la Ley, entregada por YHWH al pueblo, su acogida y la proclamación del Decálogo, tienen como escenario la montaña del Sinaí (v. 2), lugar de la gran teofanía (of. Ex 19,10ss) y punto referencial de la experiencia religiosa de Israel (cf. 1 Re 19). La iniciativa de la alianza es de YHWH y se fundamenta en su amor fiel (cf. Dt 10,15). El pueblo ha experimentado la liberación de la esclavitud egipcia y la ‘andadura por el desierto (v. 4; cf. Dt 4,37; 7,7-8). Moisés es el mediador entre Dios y el pueblo (v. 3). La adhesión a la alianza se efectúa mediante la escucha obediente de la Palabra de YHWH, estableciendo Israel una relación personal y amorosa con Dios, y YHWH manteniendo su fidelidad (v. 5; cf. Ex 19,8a). No sólo algunos privilegiados acceden a Dios, sino que Dios mismo les posibilita a todos comunicarse con Él, todo Israel es pueblo sacerdotal (reino de sacerdotes: Vers. 6a). Mediante la alianza, Israel establece una relación única con Dios y participa de su misma vida (<nación santa >: V. 6a). Porque Dios mismo quiere participarnos de su ser: AMOR.

    La segunda lectura, (Romanos 5,6-11). En los primeros capítulos de la Carta a los Romanos (cf. 1,18-4,25), Pablo desarrolla un argumento sobre la situación de judíos y paganos ante Dios y concluye que por la fe, todos son justos (es decir, salvados) en virtud de la redención de Jesús en la cruz (cf. especialmente Rom 4,24-5,1), por el amor inimaginable de Cristo. En efecto, cuando llegó <la plenitud de los tiempos> (Cf. Gal 4,4), Cristo murió por nosotros, que éramos pecadores (v. 6). Pablo compara este gesto con la experiencia humana común y constata que, a lo sumo, se puede estar dispuesto a dar la vida por alguien que sea digno, pero no por quien sea culpable (v. 7). Sin embargo, cuando la humanidad se encontraba justamente en esta situación, Dios entregó a su Hijo, a Jesús, que murió por todos (v. 8). En esta acción, que manifiesta un amor ilimitado, se asienta la esperanza cristiana (cf. Rom 5,2.5): el momento en que Dios, por medio de Cristo, justificó a los hombres, a pesar de ser pecadores. Ciertamente, ahora, convertidos en nuevas criaturas, Dios no descuidará la obra de la salvación (cF. 2 Cor 2,17). El creyente, muy a gusto, puede gloriarse de esta obra de reconciliación de la humanidad realizada por Dios en Jesucristo (vv. 10ss; cf. 2 Cor 5,18; Col 1,21ss).


    El texto del Evangelio de hoy (Mateo 9,36-10,8) nos introduce en el llamado <discurso misionero> (Mt 10,5-42). Jesús es el enviado del Padre para anunciar la presencia del Reino de Dios, realizar signos eficaces y proclamar una buena noticia (cf. Mt 3,2; 4,23; 9,35; Jn 5,36). “Al ver Jesús a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor”. Este pasado viernes celebramos el Sagrado Corazón de Jesús. Su corazón nos revela el amor de Dios por cada uno de nosotros. Él envía a sus apóstoles entre nosotros para predicar la Buena Nueva y sanar nuestras heridas. Esto debería darnos tal consuelo que no estamos haciendo este viaje solos.

    El anuncio de Jesús reúne a los hombres y les lleva a descubrir la grandeza de ser hijos de Dios, hermanos entre ellos (cf. Mt 23,8-9); es un discurso reparador de cansancios y abatimientos (9,36). Llama los discípulos y los envía (10,1.5; cf. Jn 15,16).


    El evangelista Mateo inserta aquí la lista con el nombre de los Doce (10,2-4), los primeros discípulos de Jesús, y los presenta como “apóstoles”, es decir, ‘enviados’, ‘mandados’. El origen del mandato está en el Padre (v. 38); Jesús es el mediador y les otorga a los enviados el poder de realizar los signos que él mismo realiza (10;1 .8a). ¡Donde está presente el Reino de Dios no hay espacio para el demonio (10,7)! Es el anuncio de la salvación en acción, manifestado y realizado en la persona de Jesús. El discípulo que descubre la gratuidad de este don vive la exigencia de corresponder con gratitud, comunicándolo con la misma gratuidad que ha recibido (10,8b). El evangelista Mateo describe una misión restringida únicamente a Israel (10,6). Sin embargo, tal misión, limitada a un radio, alcanzará una perspectiva universal (cf. Mt 28,18-20).


     
    Dios nos ha creado y ha amado a cada uno de forma personal, individual, única e insustituible. Pero no nos ha creado aislados: somos pueblo, somos familia. La vida que Dios nos da se comunica y fluye como don. Dios ha querido, y quiere, tener necesidad de la VOZ del hombre para que sea su VOZ ante los otros. Jesús es el mediador por excelencia, es la misma Palabra de Dios, que se ha hecho carne, visible y tangible. Y también Jesús quiere tener necesidad de quien, en comunión con él, muestre a los otros el don de Dios. Esta tarea no es privativa de ningún colectivo, sacerdotes o <entendidos>; todos somos <misioneros> del amor, todos estamos llamados a suscitar esperanza en este mundo, a sacudir expectativas adormecidas de un bien que ya está aquí. Es fácil retirarse y decir <no es asunto mío> o <no soy capaz>. ¿Quizá no nos quema bastante en el corazón el ardor del amor –absoluta gratuidad- con el que Dios nos ha envuelto, y para siempre, en su abrazo de perdón?


    Sí, es asunto nuestro, porque hemos recibido gratuitamente el don de la fe. Sí, somos capaces, porque el Espíritu del Señor nos anima, nos da fuerza e inteligencia.

    ¿Has visto el video en las redes sociales que muestra a un pastor ayudando a su oveja a salir de una zanja profunda? Segundos después de empujar a la oveja fuera de la zanja, la oveja salta de regreso a la zanja. Esta es una metáfora de nuestras vidas. Caemos en el pecado. Confesamos nuestros pecados y Dios nos perdona, nos quita el polvo y nos devuelve al mundo, y a veces rápidamente volvemos a caer en nuestro pecado.

    Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Durante este “Tiempo Ordinario”, Jesús quiere conducirnos y guiarnos a una nueva vida. Él nos invita a dejar atrás nuestras viejas formas de pecado. Nos invita a invertir tiempo en la oración, la Escritura y los Sacramentos. Cuando seamos tentados a saltar de nuevo a la zanja del pecado, clamemos al Espíritu Santo para que nos ayude. Nos invita a estar cerca de buenos amigos que nos ayudan a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.

    ¿De qué manera me he desviado de Dios o me he tirado a la zanja?

    ¿He contemplado el asombroso amor que Dios tiene por mí?

    ¡Que tengas un bendecido domingo!

    ¡Lee la Biblia, confía en la misericordia de Dios y tu vida se transformará!

    En Cristo y Santa María de Guadalupe

    Tu Amigo y servidor,

     Teofilo Inquebrantable.

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  • Chapter One

    junio 17th, 2023

    The studio was filled with the rich odour of roses, and when the light summer wind stirred amidst the trees of the garden, there came through the open door the heavy scent of the lilac, or the more delicate perfume of the pink-flowering thorn.

    From the corner of the divan of Persian saddle-bags on which he was lying, smoking, as was his custom, innumerable cigarettes, Lord Henry Wotton could just catch the gleam of the honey-sweet and honey-coloured blossoms of a laburnum, whose tremulous branches seemed hardly able to bear the burden of a beauty so flamelike as theirs; and now and then the fantastic shadows of birds in flight flitted across the long tussore-silk curtains that were stretched in front of the huge window, producing a kind of momentary Japanese effect, and making him think of those pallid, jade-faced painters of Tokyo who, through the medium of an art that is necessarily immobile, seek to convey the sense of swiftness and motion. The sullen murmur of the bees shouldering their way through the long unmown grass, or circling with monotonous insistence round the dusty gilt horns of the straggling woodbine, seemed to make the stillness more oppressive. The dim roar of London was like the bourdon note of a distant organ.

    In the centre of the room, clamped to an upright easel, stood the full-length portrait of a young man of extraordinary personal beauty, and in front of it, some little distance away, was sitting the artist himself, Basil Hallward, whose sudden disappearance some years ago caused, at the time, such public excitement and gave rise to so many strange conjectures.

    As the painter looked at the gracious and comely form he had so skilfully mirrored in his art, a smile of pleasure passed across his face, and seemed about to linger there. But he suddenly started up, and closing his eyes, placed his fingers upon the lids, as though he sought to imprison within his brain some curious dream from which he feared he might awake.

    “It is your best work, Basil, the best thing you have ever done,” said Lord Henry languidly. “You must certainly send it next year to the Grosvenor. The Academy is too large and too vulgar. Whenever I have gone there, there have been either so many people that I have not been able to see the pictures, which was dreadful, or so many pictures that I have not been able to see the people, which was worse. The Grosvenor is really the only place.”

    “I don’t think I shall send it anywhere,” he answered, tossing his head back in that odd way that used to make his friends laugh at him at Oxford. “No, I won’t send it anywhere.”

    Lord Henry elevated his eyebrows and looked at him in amazement through the thin blue wreaths of smoke that curled up in such fanciful whorls from his heavy, opium-tainted cigarette. “Not send it anywhere? My dear fellow, why? Have you any reason? What odd chaps you painters are! You do anything in the world to gain a reputation. As soon as you have one, you seem to want to throw it away. It is silly of you, for there is only one thing in the world worse than being talked about, and that is not being talked about. A portrait like this would set you far above all the young men in England, and make the old men quite jealous, if old men are ever capable of any emotion.”

    “I know you will laugh at me,” he replied, “but I really can’t exhibit it. I have put too much of myself into it.”

    Lord Henry stretched himself out on the divan and laughed.

    “Yes, I knew you would; but it is quite true, all the same.”

    “Too much of yourself in it! Upon my word, Basil, I didn’t know you were so vain; and I really can’t see any resemblance between you, with your rugged strong face and your coal-black hair, and this young Adonis, who looks as if he was made out of ivory and rose-leaves. Why, my dear Basil, he is a Narcissus, and you—well, of course you have an intellectual expression and all that. But beauty, real beauty, ends where an intellectual expression begins. Intellect is in itself a mode of exaggeration, and destroys the harmony of any face. The moment one sits down to think, one becomes all nose, or all forehead, or something horrid. Look at the successful men in any of the learned professions. How perfectly hideous they are! Except, of course, in the Church. But then in the Church they don’t think. A bishop keeps on saying at the age of eighty what he was told to say when he was a boy of eighteen, and as a natural consequence he always looks absolutely delightful. Your mysterious young friend, whose name you have never told me, but whose picture really fascinates me, never thinks. I feel quite sure of that. He is some brainless beautiful creature who should be always here in winter when we have no flowers to look at, and always here in summer when we want something to chill our intelligence. Don’t flatter yourself, Basil: you are not in the least like him.”

    “You don’t understand me, Harry,” answered the artist. “Of course I am not like him. I know that perfectly well. Indeed, I should be sorry to look like him. You shrug your shoulders? I am telling you the truth. There is a fatality about all physical and intellectual distinction, the sort of fatality that seems to dog through history the faltering steps of kings. It is better not to be different from one’s fellows. The ugly and the stupid have the best of it in this world. They can sit at their ease and gape at the play. If they know nothing of victory, they are at least spared the knowledge of defeat. They live as we all should live—undisturbed, indifferent, and without disquiet. They neither bring ruin upon others, nor ever receive it from alien hands. Your rank and wealth, Harry; my brains, such as they are—my art, whatever it may be worth; Dorian Gray’s good looks—we shall all suffer for what the gods have given us, suffer terribly.”

    “Dorian Gray? Is that his name?” asked Lord Henry, walking across the studio towards Basil Hallward.

    “Yes, that is his name. I didn’t intend to tell it to you.”

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  • Chapter Two

    junio 17th, 2023

    “Oh, I can’t explain. When I like people immensely, I never tell their names to any one. It is like surrendering a part of them. I have grown to love secrecy. It seems to be the one thing that can make modern life mysterious or marvellous to us. The commonest thing is delightful if one only hides it. When I leave town now I never tell my people where I am going. If I did, I would lose all my pleasure. It is a silly habit, I dare say, but somehow it seems to bring a great deal of romance into one’s life. I suppose you think me awfully foolish about it?”

    “Not at all,” answered Lord Henry, “not at all, my dear Basil. You seem to forget that I am married, and the one charm of marriage is that it makes a life of deception absolutely necessary for both parties. I never know where my wife is, and my wife never knows what I am doing. When we meet—we do meet occasionally, when we dine out together, or go down to the Duke’s—we tell each other the most absurd stories with the most serious faces. My wife is very good at it—much better, in fact, than I am. She never gets confused over her dates, and I always do. But when she does find me out, she makes no row at all. I sometimes wish she would; but she merely laughs at me.”

    “I hate the way you talk about your married life, Harry,” said Basil Hallward, strolling towards the door that led into the garden. “I believe that you are really a very good husband, but that you are thoroughly ashamed of your own virtues. You are an extraordinary fellow. You never say a moral thing, and you never do a wrong thing. Your cynicism is simply a pose.”

    “Being natural is simply a pose, and the most irritating pose I know,” cried Lord Henry, laughing; and the two young men went out into the garden together and ensconced themselves on a long bamboo seat that stood in the shade of a tall laurel bush. The sunlight slipped over the polished leaves. In the grass, white daisies were tremulous.

    After a pause, Lord Henry pulled out his watch. “I am afraid I must be going, Basil,” he murmured, “and before I go, I insist on your answering a question I put to you some time ago.”

    “What is that?” said the painter, keeping his eyes fixed on the ground.

    “You know quite well.”

    “I do not, Harry.”

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