En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo; yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.
Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”.
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La perícopa (pasaje del Evangelio) de hoy está traducida a partir del texto griego no original. Este texto contiene vocablos que permiten lecturas con distintos matices que completan o precisan el pensamiento que indujo a Jesús a hablar de aquel modo, así como el mensaje que los discípulos intentan metabolizar.
El dicho “ama a tu prójimo y odia a tu enemigo” no se encuentra como tal al pie de la letra en la Escritura del Antiguo Testamento. Amar al prójimo es, verdaderamente, un mandamiento de YHWH (Lv 19,18), fue ratificado también por Jesús como “grande” por ser semejante al de amar a Dios (Mt 22,37-40). “Amar” es la traducción del verbo griego agápê, que significa también tratar con afecto, acoger con afabilidad, gozar con el otro; en el vocabulario neotestamentario (Antiguo Testamento) recuerda al sustantivo agápê, que es uno de los nombres de Dios (1 In 4,8). El “prójimo” es aquel que está cerca, que está al lado y al mismo tiempo. Odiar al enemigo, en cambio, no se encuentra en ningún repertorio de pasajes paralelos ni de concordancias. El Antiguo Testamento y la cultura de Israel no se mostraban pródigos, es cierto, en frases tiernas con los enemigos, pero tampoco instigaban al odio permanente con expresiones procedentes del durísimo verbo “odiar”: los comportamientos oscilaban entre la tolerancia y la solidaridad con el “extranjero”, del que, no obstante, era preciso defenderse de vez en cuando, desencadenando incluso guerras, hostilidades, devastaciones que llegaban hasta el “exterminio” (Jos 6: suerte emblemática corrida por Jericó).
El sustantivo griego que traducimos por “enemigo” significa también “odiado”, “aquel que odia”; por consiguiente, una interpretación menos drástica y más acorde con la mentalidad bíblica veterotestamentaria global podría ser: “odia a quien te odia”, una variante en el mundo afectivo y motivacional de la ley del talión. En consecuencia, odiar podría significar “no te preocupes de amar” a los extranjeros, a los gôjîm; no te involucres con ellos; dales largas.
El proyecto de Jesús -que lleva a cabo un forzamiento lexical en su aforismo y lo justifica pedagógicamente– pretende invalidar y superar la mentalidad de hostilidad y desinterés, así como los matices conectados con ella. Su proyecto se fundamenta en un solo verbo: “amad” (agapâte: imperativo-exhortativo). El sustantivo “enemigo” sigue formando parte de su vocabulario: sin embargo, el discípulo no ha de ser enemigo de nadie (ha de amar a su enemigo); desde su punto de vista, nadie ha de ser enemigo, aunque el “otro” quiera seguir siendo enemigo y seguir odiando.
Jesús nos llama a amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen. Es fácil amar a los que nos aman – recaudadores de impuestos y paganos pueden hacer eso. Pero nosotros cristianos estamos llamados a amar a todos, como nuestro Padre celestial, incluso a aquellos que consideramos enemigos. Yo prefiero amar a quienes me aman y no me es fácil amar a quienes no me aman e ir más allá de mi zona de comodidad, no solo amar a los que están fuera de nuestro círculo, sino también amar a quienes nos han lastimado.
Por eso pidámosle ayuda a Jesús para amar como Él nos ama. Podemos orar y decir: “Jesús ayúdame amar como tú me amas, amarte con todo mi corazón y todas mis fuerzas, con todo mi ser y todo mi existir. Enséname y dame la fuerza para amar a los demás, especialmente a los que no me aman. Porque a veces el enemigo me hace creer que estás pidiendo lo imposible, que no puedo hacer lo que me pides, que no es justo. Pero si tú me lo pides es porque con tu ayuda puedo lograrlo, puedo amar como tú me lo pides y crecer en santidad.
¡Ayúdame a amar como tú!
¿Por qué Jesús nos pide que amemos incluso a nuestros enemigos? El odio y el resentimiento no tienen lugar en el Reino de Dios, y son un veneno para nuestras almas. Por otro lado, el perdón y el amor conducen a la sanación, la libertad, la paz en el alma y la armonía entre los hijos de Dios. Si usted es un padre de familia, sabe cuánto disfruta viendo a sus hijos amarse unos a otros. También sabe cuánto le duele ver la división entre sus hijos. Imagina cuánto Dios, quien es amor, se deleita en Sus hijos cuando se aman y se perdonan unos a otros.
¿Cómo puede ser posible este tipo de amor? Sólo uniéndonos en oración a la pasión, muerte y resurrección de Jesús – el misterio Pascual. Jesús nos dio el ejemplo perfecto en Su camino a la cruz. Sus enemigos Lo juzgaron, Lo escupieron, Lo maldijeron, Lo golpearon, Lo maltrataron, se burlaron de Él y Lo insultaron en todas las formas posibles. Él, más que nadie, estaría justificado en buscar venganza; sin embargo, no lo hizo. Él rezó: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23:34)
Piensa en cuánto necesitamos el perdón del Señor en nuestras vidas. De la misma manera que queremos ser perdonados, Dios nos está pidiendo que perdonemos a los demás. “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.”
Que podamos ser uno con Cristo en esta postura del perdón y la misericordia, sabiendo que nueva vida y alegría vienen después de la crucifixión. Aquellos que perseveran con Cristo encontraran la vida eterna con Él. Un escritor espiritual dijo una vez, “Nuestra salvación vendrá en la medida en que amamos a nuestro peor enemigo.”
Al final de este pasaje, Jesús nos llama a ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. Esto no significa que nunca cometeremos un error o pecado. Somos humanos y Dios lo sabe. Sin embargo, Jesús nos llama a ser la mejor versión de nosotros mismos. Jesús quiere que seamos el santo que fuimos creados para ser.
¿Cómo me está desafiando hoy el Señor?
¿Tengo un enemigo que necesito perdonar?
Hay un enojo que es justificado contra la injusticia, como Jesús volteando las mesas en el templo. Hay momentos en que la injusticia ocurre cuando la ira es la respuesta adecuada. No estamos llamados a olvidar necesariamente lo que sucedió en estos casos; sin embargo, el Señor nos llama a perdonar como Él lo hizo, porque esto nos conduce a la paz y la libertad. Que todos los hijos de Dios, que son todos en el mundo, vivan en paz a través del poder del amor y el perdón.
¡Que tengas un bendecido día!
Tu Amigo y servidor,
Teofilo Inquebrantable.